viernes, 24 de octubre de 2014

La versión del narco (o de cuando Arellano se compara con Hank)

Benjamín Arellano Félix es uno de los narcotraficantes más peligrosos que en México haya hecho vida criminal.
Su cártel el Arellano Félix que fundó con sus hermanos Ramón, Rafael, Eduardo y Francisco Javier, fue uno de los más señalados tanto por autoridades de los Estados Unidos como de México.

Durante más de 20 años vivieron con impunidad en la criminalidad y el narcotráfico. Fueron los hermanos Arellano Félix los autores directa o indirectamente, de la mayoría de los asesinatos que se cometieron en Tijuana durante los ochenta, los noventa y ya entrados en el Siglo XXI, en la primera década.

Encabezaban Benjamín y Ramón una estructura de crimen organizado. Había una cabeza, un grupo de asesinos, un grupo de traficantes, un grupo distribuidores de droga, un área de lavado de dinero, y un vasto grupo de vendedores de droga al menudeo.

Sus alcances criminales traspasaron las fronteras. También sus ejecuciones. Ordenaron la muerte de funcionarios y empresarios en la Ciudad de México, de deportistas en Quintana Roo, de empresarios y rivales criminales en Vallarta, en Guadalajara, en San Diego y en Coronado, California, Estados Unidos. Protegidos por el estado mexicano, por el Gobierno Federal y por el Estatal de Baja California, hicieron de esta tierra su feudo criminal y su campo de batalla.

Cuando más encumbrados estaban y pagaban –después lo declararían ellos- un millón de dólares por mes para pagar a agentes, policías y funcionarios corruptos para que les protegieran, el periodista Jesús Blancornelas inició la investigación periodística en el tema del narcotráfico.

En las páginas del Semanario ZETA don Jesús fue de los primeros periodistas en desarrollar investigación sobre el crimen organizado y el narcotráfico en México.

Le puso nombre, apellido y cara a quienes desde la impunidad, traficaban droga y asesinaban. En varias ocasiones intentaron comprar al periodista.

Recuerdo dos que me comentó.

La primera cuando un empresario le llegó con un sobre amarillo con 50 mil dólares.

La segunda cuando uno de los abogados del cártel Arellano –posteriormente asesinado por ellos mismos en Tijuana- le trajo al periódico en una bolsa de mercado, 100 mil dólares. Jesús Blancornelas jamás aceptó el billete.

Como periodista siguió en lo suyo. Denunciando lo que testigos y víctimas le decían: de cómo la corrupción en la Procuraduría, de cómo Policías Judiciales rescataron de los separos estatales a Javier Arellano, de cómo y porqué los ejecutados.

En su investigación periodista el Director General de ZETA contó con aliados. Policías, funcionarios, perseguidores honestos. Le proveyeron fotos, nombres, datos, le confirmaron hechos.

Lo que hoy muchos periodistas intentan hacer, Blancornelas lo empezó a ejercer antes de la segunda mitad de los ochenta: periodismo de denuncia, contestatario.

Por eso tuvo muchos enemigos. Los hermanos Arellano Félix, Jorge Hank Rhon, entre otros.

Denunció con investigaciones periodísticas los delitos en los que fueron inmiscuidos. Las ocasiones en que fueron detenidos.

Las investigaciones que se les siguieron tanto en México como en Estados Unidos, los asesinatos en los que fueron sospechosos.

Esta semana me llama la atención una nota en la revista Proceso donde publican un avance del libro de Juan Carlos Reyna y Farrah Fresnedo que titularon "El Extraditado.

Benjamín Arellano Félix", bajo el sello de Grijalbo. Refieren los autores una entrevista que sostuvieron con el líder criminal del clan Arellano Félix.

No dice en el texto de la revista en cuál prisión, aunque quizá valga precisar cómo hace algunos meses una guapa mujer llegó a las oficinas de ZETA para comprar una suscripción del semanario para ser enviado a una prisión en Florida, a nombre de Benjamín Arellano Félix.

Las autoridades carcelarias de los Estados Unidos prohibieron al reo Arellano en Florida, leer sobre el contexto de la ciudad en que tanto tiempo delinquió.

Los autores refieren un trato reverencial para el criminal preso en los Estados Unidos. Condenado a 25 años de prisión (una vez que los purgue deberá regresar a una cárcel mexicana a cumplir con la sentencia de 22 años que dejó incompleta tras la extradición), escriben de él y lo reproducen en Proceso:

"El Señor (tengo claro que es así como también le llamaban sus sicarios) entró con un custodio afroamericano que lo miraba con indiferencia; reportó su identificación roja en el umbral de la sala, luego miró hacia donde estábamos y sonrió.

Se acercó caminando a un ritmo que atrapó mi curiosidad: no era el ritmo corporal de un hombre de 61 años que había pasado 12 en prisiones de seguridad máxima.

Lo que supuse que sería un caminar apretado y angustioso, más bien era un andar ligero, desenfadado.

Lo miré saludar con ademanes parcos a algunos presos y custodios, y cuando llegó nos dimos un abrazo templado: ni abúlico ni efusivo…".

Después el narcotraficante sentenciado en dos países, y acusado de cientos de ejecuciones y toneladas de drogas cruzadas ilegalmente de México a los Estados Unidos, así como de asociación delictuosa y lavado de dinero, entra al análisis del periodista Jesús Blancornelas, en la entrevista de Juan Carlos Reyna y Farrah Fresnedo que da pie al libro.

Transcribo el texto publicado por Proceso: "…le pregunté acerca del liderazgo que supuestamente había heredado El Tigrillo:

"Javier era un junior, no sé de dónde sacaron que podía dirigir".

Las falacias sobre su familia son responsabilidad de los periodistas, alegó.

¿Un ejemplo?

El parentesco con Miguel Ángel Félix Gallardo, señalado como tío de los Arellano Félix por el Semanario Zeta:

"Blancornelas contó muchas mentiras sobre mi vida".

Dijo estar sorprendido por "la obsesión" que tenía el periodista, solo comparable a la que mostró con Jorge Hank Rhon.

El Señor negó haber conocido al empresario priista, pero reconoció que le parecía chocante el ensañamiento que el fundador del semanario había tenido tanto por uno como otro…".

Después los autores hacen un recuento de las semanas previas al atentado que sufrió don Jesús Blancornelas el 27 de noviembre de 1997, cuando diez sicarios del cártel Arellano Félix le emboscaron, y donde uno de ellos quedó muerto luego que la esquirla de una bala le entró por el ojo.

Aquel hombre, el asesino que encabezaba al grupo, David Barrón Corona, había sido identificado por la Procuraduría General de la República como el líder criminal del brazo armado del CAF en San Diego, California, Estados Unidos, y al servicio de Ramón Arellano Félix.

Pero aun así, en el libro de Reyna y Bresnedo, Benjamín Arellano les responde que no, que él no mandó matar al periodista.

La versión del narcotraficante está plasmada en un libro. Es distinta a la que quedó asentada en averiguaciones previas en México y en los Estados Unidos y que le ha valido las sentencias.

El periodista Blancornelas escribió varios libros, entre ellos "El cártel", donde vació las investigaciones periodísticas sobre los crímenes, los lazos de corrupción e impunidad de los hermanos Arellano Félix.

Hechos, no figuraciones, decía don Jesús.

Hechos criminales por los que ha sido juzgado el clan o en algunos casos asesinados.

Hechos consignados, no entrevistas tras las rejas para intentar desprestigiar a otros, y buscar limpiar el nombre de una familia asociada, perseguida y juzgada, por vivir en la criminalidad.

Arellano Félix.

Blancornelas falleció el 23 de noviembre de 2006.

Ciertamente a consecuencia de una dolencia que le afectaba desde la niñez.

En uno de sus pulmones sufría de pleuresía.

El otro, sano, le permitía llevar una vida saludable hasta que colapsó luego que uno de cuatro balazos que recibió en su cuerpo aquel 27 de noviembre de 1997 le atravesó el pulmón.

Nueve años después, moriría consecuencia de la minada salud tras el intento de asesinato por parte de sicarios del cártel que Benjamín Arellano aceptó encabezar.

Una historia con las vicisitudes del narcotraficante Benjamín Arellano Félix es lo que Juan Carlos Reyna ofrece en El extraditado. Escrito en colaboración con Farrah Fresnedo, este libro incluye una serie de revelaciones hechas a los autores por El Min Arellano, otrora líder del Cártel de Tijuana, que llegó a ser la organización criminal más poderosa en México. Las relaciones del capo con el poder político, confesiones sobre sus actividades ilícitas y pormenores de su "injusta" extradición a Estados Unidos son expuestos en ese volumen, que ya se encuentra en circulación. Con autorización del Grupo Editorial Penguin Random House, se adelantan aquí fragmentos de ese testimonio.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- (Benjamín) Arellano Félix nunca ha puesto dedo a sus trabajadores, socios ni enemigos en sus declaraciones ante los tribunales de ambos lados de la frontera. Todos los miembros de la organización capturados hasta la fecha sí han declarado en su contra, incluidos su hermano Javier y su sobrino Luis Fernando. Algunos episodios en su carrera delictiva involucran a personajes que todavía pertenecen a liderazgos políticos o del crimen organizado. Decidí no cuestionarlo directamente sobre sus trabajadores, socios ni enemigos, tampoco sobre aquellos personajes. Aun así le dije que me interesaba hablar sobre sus nexos con las cúpulas políticas de la época. A pesar de que el Cártel de Tijuana se originó al amparo de la gubernatura del priista Xicoténcatl Leyva Mortera, fue en las administraciones panistas que se afianzó. En los sexenios presidenciales de los priistas Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León, la empresa gozó de impunidad federal y adquirió una dimensión operativa trasnacional. "A mí me extraditó el PAN –fue lo único que respondió–, porque a mí el PRI no me extradita".

(…)

El hermano desobediente

El Señor (tengo claro que es así como también le llamaban sus sicarios) entró con un custodio afroamericano que lo miraba con indiferencia; reportó su identificación roja en el umbral de la sala, luego miró hacia donde estábamos y sonrió. Se acercó caminando a un ritmo que atrapó mi curiosidad: no era el ritmo corporal de un hombre de 61 años que había pasado 12 en prisiones de seguridad máxima. Lo que supuse que sería un caminar apretado y angustioso, más bien era un andar ligero, desenfadado. Lo miré saludar con ademanes parcos a algunos presos y custodios, y cuando llegó nos dimos un abrazo templado: ni abúlico ni efusivo. Se disculpó por el asunto de mi acreditación tardía, yo le aseguré que todo estaba bien y agradecí que aceptara recibirme. "Me da pena no poderles ofrecer algo de beber", confesó sin perder el buen humor. "Cómo cree –le dije–, permita que nosotros le invitemos una soda". Farrah (Fresnedo) me dijo: "Yo voy, tú quédate a platicar". Le pregunté cómo se llevaba con el resto de los internos; aseveró que tenía muchos amigos, pero había unos pocos que no le "tenían respeto": Pochos, dijo, gente que no es ni de aquí ni de allá. ¿A qué se refería con que no le "mostraban respeto"? ¿Debían los reos latinos mostrarle consideración especial? "Respeto no nomás a uno –me aclaró–; respeto a todos en general". Detalló que una pandilla de chicanos había zurrado a golpes a uno de sus amigos; El Min intentó detener la golpiza, pero no hicieron caso de su intervención. ¿Su trayectoria no infundía docilidad en las entrañas criminales? ¿Eran demasiado jóvenes para conocer la historia del Cártel de Tijuana? ¿Quizás habían trabajado con los contras? "No es por ahí –replicó–, es gente maleducada que no respeta a mis amigos". ¿A qué se refería exactamente cuando decía "amigos"? ¿A gente que lo cuidaba al interior de la cárcel? "Sólo es gente con la que tengo afinidad en este lugar"…

Fragmento del adelanto del libro El Extraditado que se publica en la edición 1981 de la revista Proceso, actualmente en circulación.

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