miércoles, 20 de agosto de 2014

"En Valle de Bravo Aquí no pasa nada"

En Valle de Bravo no pasa nada. Son las 10 de la mañana de un fin de semana y la plaza principal está radiante. Las campanas de la iglesia suenan, alguien sale de misa.

Un hombre teje canastas en una banca y los niños venden piratería u hojas de té mientras algún turista busca dónde desayunar. No, no pasa nada, aunque los diarios locales hablen de secuestro o un convoy de la Marina cruce por ahí.

"¿Inseguridad? No que yo sepa" contesta el mesero de un restaurante. "Discúlpeme, estoy ocupada" dice la dueña de una posada. "Déjeme pedir permiso para hablar con usted… ¿Qué cree? Dijo mi hermana que no", argumenta una comerciante. "Qué la chingada ¡que no quiero!" responde un hotelero.

"Tengo que abrir mi tienda, si no con gusto" evade otro. En 20 minutos hubo cinco intentos y el mismo número de vallesanos evitan hablar de lo que pasa en este destino turístico.

Insistir sirve de algo. "Mire, la verdad es que este pueblo es muy pequeño, todos nos conocemos, sabemos dónde vivimos. Si pregunta por la inseguridad nadie dirá nada, porque sabremos quién habló. Pregúnteles por sus negocios y de cómo empeoraron en Semana Santa. Verá que contestan", recomienda la encargada de una tienda artesanal.

María de los Ángeles Loza, dueña de una fonda, acepta tocar el punto. Es mediodía y sus cazuelas de comida siguen llenas en plena hora de almuerzo. "A todos nos bajaron las ventas, es la última semana de vacaciones y el comercio está a 50 por ciento. No tenemos tanta afluencia de visitantes, no quieren venir por lo mismo de la inseguridad" cuenta.

La barbacoa tampoco tiene suerte lamenta la dueña del puesto María Teresa García, quien con cautela justifica su situación económica. "En resumidas cuentas esto se da nivel nacional, pero el hecho de que los turistas que vienen a descansar se encuentren con lo que dicen las noticias, pues afecta bastante!"

En Tronco Muebles solo están don Roberto —el dueño— y su mercancía en espera de clientes. "Solo ocho días al mes tenemos comercio" dice, refiriéndose a los fines de semana. "No he vendido nada; antes teníamos 100 por ciento de turismo y calculo que ahora estamos en 20. Hace unos días pasó un convoy de la Marina y eso me alivia, porque vivimos de esto".

Desanimados, dos empleados del municipio explican que llevan así medio año y dicen extrañar los tiempos en que el tráfico generado por turistas era cosa de todo el día.

Nadie quiere precisar qué y cómo es esa inseguridad ¿de todos los días? ¿En ciertas horas? ¿En qué zonas? Las respuestas llegan entre líneas. "Somos gente de bien; el mal está allá afuera. No hay que pasarse de la raya ni cosas malas. Solo del trabajo a tu casa y ya", recomienda don Roberto. "De día andamos normal, no pasa nada. Pero de noche te resguardas más temprano y ya", sugiere María Teresa.

Lo único en lo que todos los vallesanos coinciden es que lo que aquí ocurre, llámese como se llame, no es obra de ellos, sino de los extraños que empezaron a quedarse aquí todos los fines de semana. "Por eso el turismo se espantó", advierten.

Es cierto. Durante el recorrido que MILENIO realizó por este poblado tres hombres diferentes siguieron la cámara de televisión por diferentes trayectos. Intentan pasar inadvertidos, pero su actitud es evidente: lentes oscuros, gorra, celular en mano y radio escondido en el hombro, bajo la ropa. Seguir a la cámara no es suficiente: en una entrevista se acercan para escuchar de qué se habla; si se graba un paisaje, quieren adivinar por qué.

Pero esto no comenzó con el par de secuestros que las autoridades federales confirmaron la semana pasada. Los comerciantes aseguran que inició en enero, con las bajas ventas por la reforma fiscal y continúo en Semana Santa, cuando decayó el turismo. El resultado: galerías sin visitantes, locales en renta, departamentos que buscan dueño.

El lago está vacío. Si acaso tres yates pasean y las lanchas turísticas hablan de su realidad: parten cada dos o tres horas con pocos visitantes, cuando antes salían casi llenos cada 15 minutos. A lo lejos un solitario policía turístico se aburre, porque no tiene a quién cuidar.

Por eso los guías bajan las tarifas de los paseos para no irse en ceros. Animado para hablar —no para mostrar su rostro—, uno de ellos afirma: "La verdad, en Valle de Bravo no hay delincuencia, no hay narcotráfico ni nada de eso. Es seguro: por eso viven aquí políticos, empresarios, extranjeros. Aquí tiene su casa Emilio Azcárraga, Arturo Montiel, Peña Nieto. La delincuencia está en el sur, en Otzoloapan, San Pedro, Zacazonapan, Luvianos y Tejupilco... ¡A tres horas de aquí!"

Frente a él hay un par de yates en venta. ¿Por qué se venden si todo está bien en Valle? "Seguramente los dueños se aburrieron del lugar, el clima o no pueden pagar la pensión de donde los guardan", responde.

Un autobús turístico se detiene. Son las dos de la tarde y es el primero que llega este día. El guía corre y pide al chofer abrir la puerta; en cinco minutos convence al grupo de mujeres de dar un paseo en bote. Animadas, las turistas de Ecatepec descienden del camión. "Venimos porque estaba planeada la excusión, no se podía cambiar; mi hermano solo nos pidió tener cuidado, porque había irregularidades aquí", dijo Margarita Flores.

MILENIO buscó al presidente municipal Francisco Reynoso para conocer su postura, pero no fue posible encontrarlo.

En Valle de Bravo hay cuatro bases de operación mixta, de un total de 17 que se instalaron al sur mexiquense. Son soldados, marinos y federales que patrullan —juntos o por separado— este pueblo mágico.

Su función es disuadir a la delincuencia y patrullar las zonas boscosas y brechas de la periferia. También deben vigilar Avándaro, donde algunas casas de descanso recién se han puesto en la venta a través de inmobiliarias; algunos vallenses consideran que esto es consecuencia de la inseguridad.

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