domingo, 20 de julio de 2014

‘Yo fui secuestrado por los Zetas’

No sé cuántos golpes, amenazas, culatazos o disparos sin bala siguieron. De ahí me pararon, me sacó la cartera. Sustrajo la credencial que utilizo para recoger a mis hijas del colegio. "¿Aquí estudian?", me preguntó.

Se llama Cecilio. Pide que le digan así, nada más, por miedo. Es un tipo descomplicado que de niño soñaba con ser abogado, médico y en su juventud hasta pensó en ser actor de cine. Pero luego de dos años 'nadar' en las leyes, se dio cuenta de que no era lo suyo y se enamoró del periodismo.

Pero hacer periodismo en México no es nada fácil. Y él lo sabe bien. Su abecedario solo tiene 26 letras, no 27. La última no la puede nombrar. El 6 de octubre de 2010 fue secuestrado por los Zetas, una de las mafias más peligrosas de su país.
La vida le cambió por completo.

A sus 44 años de edad, y ahora lejos de su tierra, mira hacia atrás, piensa en sus dos hijas… Aunque aún con voz entrecortada, decide contar su historia a La Hora.

Eran tiempos de mucha violencia en Veracruz: dos o tres secuestros por día, ejecutados, calcinados, fosas clandestinas. Muy pocos se atrevían a transitar después de las 21:00 y nadie, o casi nadie, escribía u opinaba sobre muertes. Peor nombrar la última letra del abecedario.

Recuerdo que entré a la redacción, me preparé un café y empecé a leer una noticia sobre quien llamaré 'Rodrigo', un 'viejo lobo de mar' del periodismo. El texto hablaba sobre un maestro al que habían tirado en un camino vecinal con un balazo en la pierna. Un día antes, también había escrito sobre el secuestro y la liberación de un conocido personaje de mi pueblo.

Me asomé a la ventana. Ya eran las 22:00 y en la esquina noté un 'halcón' junto a su moto. Así nombran los del cártel a sus informantes, quienes les avisan de la presencia de militares.

Dos días después, en un rancho de la zona se descubrieron dos fosas clandestinas.

Oficialmente, se informó que hubo 15 cadáveres rescatados, pero se supo que rebasaban los 50 cuerpos. Un mes antes, cuando publicamos un caso similar, mediante una nota sin firma nos pidieron 'decentemente' que ya no publicáramos 'levantones', secuestros, ejecuciones; que omitiéramos la palabra sicario y que por ningún motivo citáramos la última letra del abecedario. Pero en ese momento no me puse a pensar en esa amenaza. Luego de la nota del Rancho, me contactaron.

ENCUENTRO. El periodista participó en un seminario de periodismo en Miami.

Lo hicieron a través de otro compañero, Hugo. Con él me enviaron un mensaje y me invitó un café. Acepté por curiosidad.

- Te lo voy a decir -empezó- porque es un encargo. Unos amigos quieren platicar contigo.
- ¿Quiénes, para qué, cuándo, qué quieren?, respondí.
- Son buena onda. El asunto es que si no vas, a lo mejor ellos te buscan en estos días. Ve, te conviene
- Entonces dije: Ok

Al día siguiente me fueron a buscar y me subieron a una camioneta blanca. En el volante estaba el de las 'relaciones públicas' junto a su acompañante, luego yo y después, Hugo.
Comenzó a hablar alguien que se identificó como José: "Don Cecilio, gracias por venir.

Nosotros somos una compañía, estamos bien organizados y hacemos nuestro trabajo en la región. No nos metemos con la gente de bien, respetamos a la sociedad y la labor de ustedes. La intención de contactarlo es que en el periódico que usted maneja no se mencione la información tan explícita. Si andamos trabajando, que no publiquen las placas, se eviten las palabras 'sicario', 'ejecución' y 'z'. Nos interesa trabajar con discreción, vamos a meter en orden a los que andan mal, pero no queremos calentar las cosas".

Hacer periodismo en México no es nada fácil. Y él lo sabe bien. Su abecedario solo tiene 26 letras, no 27. La última no la puede nombrar.

***

Mientras él hablaba yo trataba de asimilar sus palabras. Hasta ahí, no veía mayor problema y, cuando me pidió una respuesta, se la di con tranquilidad: "No somos héroes. Si ustedes piden eso, no creo que haya problema, se lo comunicaré al director".

Me entregó un sobre amarillo y agregó: "De acuerdo. Esto es para usted. Va a ser una cantidad quincenal que le haremos llegar". De inmediato respondí: "De verdad, muchas gracias, pero no hay necesidad de eso. Yo transmito su petición pero no puedo recibir dinero. Yo no soy dueño del periódico".

En ese momento se abrió la puerta del chofer y se bajó el acompañante. Se paró al pie del vehículo y soltó su mensaje: "Yo soy Javi, soy el ejecutor de la compañía. Apunte mi número. A partir de hoy, lo que necesite, a la hora que lo requiera, estoy a sus órdenes. Cualquier persona que lo agreda u ofenda, aunque sea mando policiaco, usted me marca y yo lo protejo, pero tiene que agarrar el sobre".

Era un tipo de tez morena, de un metro 90. Me tragué la poca saliva que tenía y me quedé callado. Entonces intervino mi compañero, el que me había llevado hasta ahí: "¡Agárralo! A ti no te hace falta pero a mí sí". En ese momento vi una salida. Inmediatamente, tomé el sobre y solté la frase: "Ten, te lo mereces, es tu premio estatal. Disfrútalo, Hugo".
Después, abrí la puerta, me despedí y les juré que me iba con el mensaje y que no habría problemas.

Prácticamente todo el territorio es un foco rojo de crímenes, pero los de mayor incidencia se han concentrado en Veracruz, Tamaulipas, Guerrero y Sinaloa.


Si andamos trabajando, que no publiquen las placas, se eviten las palabras 'sicario', 'ejecución' y 'z'. Nos interesa trabajar con discreción.

***

ILUSTRACIÓN: Carlo Celi

Ni bien llegaba a mi departamento, sonó el celular. Del otro lado, una voz, la del jefe de todos: "Don Cecilio, ¿que no quiso agarrar el sobre? Mire, lo buscamos porque sabemos que usted puede hacer lo que pedimos, usted no es pendejo. Para que la compañía lo proteja tiene usted que pertenecer a la nómina". La compañía era la unión de dos cárteles que ahora están en disputa a muerte, sobre todo en Tamaulipas.

"Así que dígame. Si es sí, tiene la protección; si es no, ya sabe lo que le espera. Otra cosa, cuando nosotros le demos su sobre, haga lo que quiera: tírelo, quémelo, regálelo, pero delante de nosotros no vuelva a hacer esto de entregarlo a otra persona, cada quien tiene lo suyo". Entonces, me colgó.

No se lo conté a mi mujer, peor a mis hijas. No sabía si huir con la familia. Pasaron dos meses y no recibí llamadas. Al tercer mes, un 10 de octubre, como a las 07:30, me habló Hugo, mi compañero que me llevó con estas personas, para decirme que le habían avisado de un accidente de tránsito. Se dirigió al sitio, pero resultó que era una trampa. Lo habían estado esperando. Trató de escapar pero le dieron la encerrona en plena plaza, a unos metros de la inspección de Policía. Lo 'bajaron' a golpes y lo subieron a una camioneta.

Media hora más tarde llegó a la redacción su familia: dos mujeres bañadas en llanto. El teléfono de Hugo estaba apagado. Una y otra vez marcamos y nada. Hasta que, por fin, entró la llamada. Apenas contestó, alguien le quitó el aparato y volvió a colgar. Y, a diferencia de la primera vez, sin cortesía, llamaron a mi celular:

- A ver, hijo de tu chingada madre ¿Qué no entienden? ¿Qué esperan, que los maten?
- No, pero si hay que hablar algo, nos entendemos.
- ¿Ah sí? ¿Quieres hablar? Pues ven, cabrón, aquí vamos a hablar.
- No hay problema, si no quieren que publiquemos algo, no lo haremos, pero ya suelten al reportero.
- ¡Ni madre! Ahora vienes y si no vienes lo matamos y luego vamos por ti y tu familia.

En ese momento colgaron.

Es uno de los países más difíciles para ejercer la profesión, según el Comité de Protección de Periodistas.

***

De inmediato, hablé con alguien de la justicia y me dijo: "Lo veo y ahorita te regreso la llamada". Cinco minutos después: "Tienes que ir, están pesados, hay problemas. Yo voy a estar pendiente".

Pasaron 5 más y volvieron a llamar:
- ¿Qué madre piensas? ¿Vas a venir o vamos por ti?
- Aguanten, tranquilos.
- ¡Háblame con respeto, cabrón, háblame de usted!".
- ¿A dónde tengo que ir?
- Agarra un taxi y no apagues el teléfono, te vamos a guiar.

Apareció un taxi en la esquina. Me subí en la parte trasera y, apenas abordé, entró la llamada. "Dile que se jale hacia Oluta (zona sur de Veracruz)".
Ya cerca del lugar, otra llamada: "Antes del hospital vas a ver una camioneta blanca, ahí bájate y cruza".

Apenas me acerqué, me pusieron una bolsa negra en la cabeza. "Así que tú eres el periodista", me preguntaban. Luego vaciaron los bolsillos de mi pantalón. "Te vamos a llevar con el jefe. Háblale de usted y solo responde cuando te pregunte, no lo hagas enojar porque hasta puede matarte".
Al llegar, me quitaron la bolsa, me vendaron los ojos y me llevaron contra una pared.

- ¡Así que tú eres la ardilla!".
- No. (Fue cuando llegó el primer puñetazo).
- ¡Así que tú eres el responsable de las huevadas que se
publican!
- ¿Cuáles?
- ¡La del profesor, pues, cabrón! ¡O la del licenciado secuestrado, pendejo!

¡Pum! Otro golpe en la cara… ¡Pum!, una patada. ¡Pum!, vomité sangre.

De ahí en adelante los golpes en cabeza, cara, estómago, seguidos de patadas en mis testículos; no daban tiempo ni para gritar. Sentía punzadas en todo mi cuerpo. En mi mente deseaba la muerte. No podía ver nada. Tenía mis ojos vendados y ensangrentados. "Ya no, coño", alcancé a susurrar, pero fue peor, vinieron más golpes.

Luego, sentía cómo preparaban una pistola cerca de mi oído. Para entonces, mis labios ya estaban reventados, quizás tampoco tenía dientes. Ya no sentía nada.

"A ver, viejo", preguntó el jefe de la zona. "¿Quién es el que decide qué se publica y qué no?". Cuando me aprestaba a contestar, una voz entrecortada dijo: "Es él, es él". "¡Habla fuerte, cabrón, o tú también eres un sapo! ¿Quién es el que decide qué se publica y qué no?", volvió a preguntar. "¡La Ardilla, la Ardilla!", gritó la voz, seguido de un: 'perdóname' entrecortado. Era Hugo.

***

No sé cuántos golpes, amenazas, culatazos o disparos sin bala siguieron. De ahí me pararon, me sacó la cartera. Sustrajo la credencial que utilizo para recoger a mis hijas del colegio. "¿Aquí estudian?", me preguntó. No, respondí. Luego cogió la tarjeta de pago de mi camioneta Toyota. "¡Ah! ¿Tienes una Toyota? Por haberte pasado de listo tienes que pagar una multa. Me das la Toyota o 25.000 pesos. Tú escoge". Los 25, le dije.

Luego de eso decidieron regresarme, junto con Hugo, con los ojos vendados y ensangrentados y los labios reventados. Han pasado dos años y nadie se ha comunicado conmigo. Le perdí la pista a Hugo. Dejé mi pueblo, mis amigos, solo mi mujer y mis hijas me acompañan. Yo entendí que, al menos en mi tierra, no existe la última letra del abecedario, claro, si quieres ver crecer a los tuyos.

Cifras 'en rojo'

Más de 100 periodistas asesinados en los últimos 14 años.

22 periodistas desaparecidos desde 2005.

541 averiguaciones previas que ha iniciado la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión.

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